Para muchas parejas mayores, la jubilación abre una etapa de convivencia total que puede convertirse en un desafío emocional. Cada vez más personas mayores de 60 años están optando por separarse o divorciarse en esta nueva etapa de sus vidas.
La jubilación es, para muchas personas, un momento de transformación. Con más tiempo libre y menos obligaciones laborales, llega la oportunidad de reencontrarse con uno mismo, disfrutar de los nietos, emprender un viaje pendiente o retomar pasatiempos olvidados. Pero también, para un número creciente de adultos mayores, significa algo muy distinto: el final del matrimonio.
Este fenómeno, conocido como “divorcio gris”, se refiere al aumento de separaciones y divorcios entre personas mayores de 60 años. Aunque durante décadas la vejez fue sinónimo de estabilidad conyugal, hoy muchas parejas descubren, al pasar más tiempo juntas tras el retiro, que ya no comparten los mismos intereses, ni el mismo ritmo de vida, ni el mismo deseo de seguir conviviendo.
Y es que pasar de compartir unas pocas horas al día a convivir las 24 horas puede ser un cambio drástico. En algunos casos, uno de los cónyuges se ha dedicado tradicionalmente a las labores del hogar mientras el otro trabajaba fuera, y ahora, con ambos en casa, surgen tensiones, diferencias en las rutinas, e incluso una sensación de desequilibrio o falta de reconocimiento.
A esto se suman factores económicos. La jubilación puede implicar una disminución en los ingresos del hogar, y con ella, nuevas tensiones. La gestión del dinero, el uso del tiempo y la redefinición de los roles dentro de la casa se convierten en terreno de disputa. Algunas personas sienten que la etapa de la vida en la que están ya no les permite «aguantar» relaciones que no les brindan bienestar.
En muchos de estos matrimonios, ya no hay hijos pequeños que funcionen como un factor de cohesión. Al estar ya independientes, los hijos no son un “freno” para decidir una separación. Además, cuando ambas partes cuentan con ingresos propios —como suele suceder cada vez más en esta generación de adultos mayores— la decisión de separarse se vuelve más factible.
Los expertos recomiendan tener perspectiva antes de tomar decisiones drásticas. La jubilación es un momento de cambios profundos y, como tal, puede generar desajustes temporales. En algunos casos, el desgaste de la relación es tan prolongado que una separación resulta liberadora. En otros, puede ser una etapa para reconstruir vínculos, con el apoyo de herramientas terapéuticas o actividades compartidas.
El impacto emocional de una separación a esta edad no debe subestimarse. No se trata solo de la ruptura con la pareja, sino de todo un modo de vida que cambia: la rutina, los planes, incluso las amistades y relaciones sociales. Por eso, es importante contar con redes de apoyo y, si es posible, con orientación profesional para atravesar ese proceso con claridad y fortaleza.
Por otro lado, hoy existen herramientas tecnológicas accesibles, como aplicaciones de bienestar emocional y recursos de orientación psicológica, que pueden ofrecer un primer paso para revisar la salud de la relación. Pero ninguna tecnología reemplaza una conversación honesta, ni el deseo de construir una vida compartida desde un lugar sano.
Aun así, cuando la convivencia deja de ser armoniosa y se convierte en una fuente constante de malestar, muchas personas mayores deciden que ya no quieren seguir postergando su bienestar. Para ellas, el divorcio no es un fracaso, sino un nuevo comienzo.
Para tener en cuenta: Separarse en la vejez no es una derrota, sino una decisión valiente de elegir la tranquilidad y la autenticidad. Porque nunca es tarde para volver a empezar… ni para elegir el amor, incluso si es el propio.