Desde la Basílica de San Juan de Letrán, el Papa llamó a los fieles a vivir la Eucaristía como entrega transformadora, capaz de sanar el hambre material y espiritual del mundo actual
En una emotiva ceremonia celebrada este domingo 22 de junio, el Papa León XIV presidió la misa de la Solemnidad del Corpus Christi desde la explanada de la Archibasílica de San Juan de Letrán en Roma. Ante más de 20,000 fieles, el Pontífice volvió a recordar que el verdadero alimento que sacia al mundo herido no es la abundancia material, sino la entrega de Cristo en la Eucaristía.
“Cristo es la respuesta de Dios al hambre del hombre”, proclamó con firmeza el Papa, estableciendo desde el inicio el corazón de su mensaje: la Eucaristía no es un simple rito, sino una experiencia viva que transforma y llama al compromiso.
Un Evangelio que parte el pan y la indiferencia
León XIV centró su reflexión en el pasaje de la multiplicación de los panes, según el Evangelio de San Lucas. Al igual que entonces, dijo, Jesús hoy responde a las carencias de la humanidad con una lógica distinta: la del compartir. Frente a un mundo marcado por hambres físicas, espirituales y afectivas, el Sucesor de Pedro contrastó la compasión de Cristo con la indiferencia moderna.
“Cuando Dios reina, el hombre es liberado de todo mal”, afirmó. Pero también advirtió que incluso quienes han recibido la buena nueva no están exentos del cansancio, la incertidumbre o la falta de sentido. Es allí, explicó, donde la Eucaristía actúa como una respuesta viva, cercana y transformadora.
“A la urgencia del hambre, Jesús no responde con magia, sino con comunión: parte el pan, lo bendice, lo entrega. Y con ese gesto multiplica la esperanza”, señaló el Papa.
Pan que no se agota y esperanza que se multiplica
Durante su homilía, el Santo Padre hizo una defensa firme de la presencia real de Cristo en el sacramento del altar: “La Eucaristía es la presencia verdadera, real y sustancial del Salvador”, citando directamente el Catecismo de la Iglesia Católica.
Recordó que, como decía San Agustín, Cristo es “un pan que se puede comer pero que nunca se agota”, y añadió que esa misma abundancia está llamada a reflejarse en la vida de los creyentes, no como acumulación, sino como entrega.
En este sentido, León XIV hizo un llamado especial a vivir el Año Jubilar como un tiempo de signos concretos de fraternidad y justicia. “En lugar de compartir, la opulencia desperdicia. Pero compartir el pan multiplica la esperanza”, subrayó.
Una procesión que lleva la fe a las calles
La misa concluyó con la tradicional procesión eucarística por la Via Merulana, en dirección a la Basílica de Santa María la Mayor. En un ambiente de recogimiento y fervor, León XIV caminó junto al Santísimo Sacramento, en una custodia rodeada de cantos, incienso y velas.
“El Corpus Christi no termina en el templo”, dijo. “Lo llevamos a la calle, a la mirada, al corazón de quienes necesitan ver que Dios no es una idea lejana, sino un amor que se entrega”.
El Papa animó a todos los presentes —y, por extensión, a los millones de católicos del mundo— a convertirse en “invitados y testigos del amor de Dios, que se dona sin reservas”.
“¡Dichosos los invitados, que se convierten en testigos de este amor!”, exclamó, cerrando su mensaje entre aplausos y cantos de adoración.
La procesión culminó con la bendición eucarística desde el atrio de la basílica mariana. Según datos oficiales, unas 20,000 personas participaron en las distintas etapas de esta jornada de fe, que vuelve a recordarnos que la Eucaristía —más que un símbolo— es el alimento que da sentido, dirección y esperanza a una humanidad hambrienta de amor y justicia.