En Estados Unidos el precio supera los mil dólares al mes y deja fuera a quienes más lo necesitan, ampliando las brechas raciales y económicas en salud.
La semaglutida, principio activo presente en fármacos de gran demanda como Ozempic, Wegovy y Rybelsus, se ha convertido en uno de los tratamientos más comentados en la última década. Sus resultados son claros: ayuda a controlar la diabetes tipo 2 y favorece una pérdida de peso significativa en pacientes con obesidad. Sin embargo, el acceso a este medicamento está marcado por una barrera casi infranqueable, el precio.
En Estados Unidos, el costo mensual puede superar los mil dólares. Wegovy se vende alrededor de 1 418 dólares y Ozempic por encima de 1 000. Incluso cuando los laboratorios ofrecen programas de descuento, el precio raramente baja de los 500 dólares mensuales. Esa cifra, prohibitiva para la mayoría, convierte a la semaglutida en un fármaco al que solo pueden acceder quienes tienen seguros privados robustos o altos ingresos.
La inequidad en el acceso no solo es económica, también es racial. Investigaciones recientes señalan que las minorías étnicas, como la población negra e hispana, enfrentan mayores obstáculos para recibir y mantener este tratamiento, pese a ser quienes cargan con una mayor prevalencia de obesidad y diabetes tipo 2. Se calcula que más de la mitad de los adultos negros e hispanos que cumplen los criterios médicos para usar semaglutida carecen de cobertura suficiente o de recursos para pagarla.
El fenómeno responde a desigualdades estructurales en el sistema de salud estadounidense. Aseguradoras como Medicare o Medicaid no cubren fármacos para la obesidad, lo que margina a los grupos más vulnerables. Además, la desconfianza de estas comunidades hacia el sistema sanitario, motivada por experiencias históricas de racismo y falta de representación, alimenta las brechas de atención.
Un aspecto llamativo es que algunos estudios muestran que personas negras e hispanas reciben más recetas de semaglutida que los pacientes blancos. Sin embargo, la investigación no siempre mide si esas recetas se transforman en compras efectivas. La realidad es que cerca del 50 % de quienes inician el tratamiento lo abandonan por su elevado coste, y en este grupo predominan minorías raciales.
El contraste con otros países es aún más evidente. Wegovy en Estados Unidos cuesta hasta cuatro veces más que en Alemania y diez veces más que en países donde los gobiernos negocian directamente los precios. Canadá y Japón también ofrecen estos medicamentos a costos considerablemente más bajos, lo que convierte al caso estadounidense en un ejemplo de cómo el mercado, sin regulación, puede perpetuar desigualdades en salud.
Los beneficios de un acceso más amplio serían enormes. Modelos de proyección señalan que, si los grupos más afectados por la obesidad, en particular los afroamericanos e hispanos, pudieran acceder de forma masiva a la semaglutida, el país podría ahorrar entre 176 y 245 mil millones de dólares en costos sociales en solo diez años. A largo plazo, los beneficios acumulados superarían los 900 mil millones, gracias a la reducción de enfermedades asociadas como hipertensión, infartos y ciertos tipos de cáncer.
Pese a la evidencia, el futuro inmediato muestra más dudas que certezas. Mientras las farmacéuticas celebran récords de ventas y las aseguradoras mantienen restricciones, miles de pacientes que podrían mejorar su salud siguen sin poder costear un tratamiento efectivo. El dilema es claro: la ciencia ha dado un paso adelante, pero el sistema de salud y la economía todavía no se han adaptado para que todos puedan beneficiarse.
Fuentes
Yale Center for Outcomes Research; American Heart Association; Kaiser Family Foundation; Health System Tracker; Barron’s; Verywell Health; AP News; American Journal of Health Promotion.