Un nuevo informe revela que 840 millones de mujeres han sufrido violencia en su vida. La disminución global del problema desde el año 2000 es de solo 0.2%, una señal de estancamiento que preocupa a expertos en salud pública y derechos humanos.
La violencia de género continúa siendo una de las crisis más persistentes y extendidas del planeta. Así lo confirma un nuevo informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS), publicado recientemente, que muestra una realidad inquietante: casi una de cada tres mujeres en el mundo —alrededor de 840 millones— ha sufrido violencia física o sexual por parte de su pareja o por otras personas a lo largo de su vida, una cifra que prácticamente no ha cambiado en las últimas dos décadas.
Según el organismo internacional, la reducción desde el año 2000 ha sido de apenas 0.2% anual, un avance tan pequeño que, en términos globales, equivale a estar prácticamente en el mismo punto que hace veinte años.
Solo en el último año, 316 millones de mujeres mayores de 15 años, equivalentes al 11% de ese grupo poblacional, fueron víctimas de violencia física o sexual por parte de su pareja. La situación entre adolescentes es igualmente alarmante: 12.5 millones de jóvenes de 15 a 19 años —un 16%— sufrieron agresiones físicas o sexuales en una relación de pareja durante los últimos doce meses.
Por primera vez, la OMS también incluyó estimaciones globales de violencia sexual perpetrada por alguien que no es la pareja. Los resultados indican que 263 millones de mujeres han vivido este tipo de violencia desde los 15 años, aunque los expertos advierten que esta cifra está subestimada debido al estigma, el miedo a denunciar y la falta de sistemas sólidos de registro.
Un problema global con impacto desigual
Aunque la violencia afecta a mujeres de todas las regiones, las más vulnerables suelen vivir en países con menos recursos, en zonas afectadas por conflictos o en territorios muy expuestos al cambio climático. La OMS cita como ejemplo a Oceanía —excluyendo Australia y Nueva Zelanda— donde la prevalencia de violencia de pareja en el último año alcanza el 38%, más del triple del promedio mundial.
Las consecuencias no se limitan al daño físico. El informe subraya el aumento en riesgos de embarazos no deseados, infecciones de transmisión sexual, depresión, ansiedad, discapacidades permanentes y efectos que pueden extenderse durante toda la vida.
Las raíces del problema: normas sociales y silencio
Expertas consultadas señalan que uno de los grandes vacíos en la respuesta global es que no se analiza con profundidad el rol de los hombres en la perpetuación de la violencia. La catedrática Silvia Ubillos Landa advierte que persiste una falta de estudios sobre “las normas de socialización masculina, las actitudes y los comportamientos que sostienen la desigualdad”.
A esto se suma un obstáculo histórico: el silencio. La OMS insiste en que la violencia de género está subregistrada, pues muchas mujeres no denuncian por miedo, vergüenza o porque no confían en los sistemas de justicia.
Hacia dónde deben avanzar los esfuerzos
El informe establece que la prevención y la atención deben ser integrales. No basta con asistir a las víctimas; también es fundamental trabajar con potenciales agresores, promover nuevas masculinidades, fortalecer los sistemas de salud y justicia, y aumentar los recursos públicos destinados a combatir la violencia.
Actualmente, según organizaciones internacionales, solo una fracción mínima de la ayuda global —aproximadamente 0.2%— se destina a programas de prevención.
Un mensaje clave para las generaciones mayores
Para la audiencia de La Alianza, integrada en gran parte por adultos mayores, este tema tiene una dimensión especial. Muchas mujeres mayores han vivido violencia en silencio durante décadas, y su testimonio es clave para entender la magnitud del problema. Al mismo tiempo, su rol dentro de las familias y comunidades puede ser determinante para educar, orientar y romper ciclos de violencia en las nuevas generaciones.
La OMS concluye con un llamado contundente: ninguna sociedad puede considerarse justa o saludable mientras la mitad de su población viva con miedo. Y aunque el avance global haya sido mínimo, la organización insiste en que cambiar esta realidad es posible si los gobiernos, los sistemas de salud, las comunidades y las familias se comprometen a actuar.






