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ALianza Al Día

El maestro

Redaccion Alianza Por: Redaccion Alianza
25 de mayo de 2025
en REFLEXIONES
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…El mestro…

Se trataba de un anciano con fama de sabio, al que la gente acudía en busca de ayuda o consejo. Cuando algún forastero preguntaba por qué lo llamaban “maestro”, o en qué consistía su sabiduría, muchos dudaban antes de responder. No sabían exactamente qué decir sobre aquel hombre que, a simple vista, parecía un humilde campesino.

—Es un hombre feliz, que vive en paz con todos —respondían algunos, tímidamente.

Un día, un joven que había escuchado hablar de él y ansiaba adquirir conocimientos, se presentó ante el anciano para pedirle que lo aceptara como discípulo.

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El viejo se sorprendió con la solicitud, pero aceptó con entusiasmo. Hacía años que vivía solo, y le gustaba la idea de compartir su tiempo con alguien.

A la mañana siguiente, se levantaron temprano, encendieron el fuego, calentaron agua y comenzaron a preparar pan. Mientras el desayuno se cocinaba, el maestro se sentó en un banco y se puso a contemplar por la ventana. El joven, de pie detrás de él, intentaba seguir la mirada del anciano, tratando de descubrir qué era lo que observaba con tanta concentración.

Por la ventana solo se veía el campo, flores silvestres, el gallinero y los perros recibiendo los primeros rayos del sol. A los pocos minutos, el joven se aburrió, se sentó, sacó un libro de su mochila y comenzó a leer. Pero no podía concentrarse: cada tanto, lanzaba miradas al maestro y se preguntaba cómo podía perder tanto tiempo “sin hacer nada”.

Cuando el aroma del pan recién horneado llenó la habitación, el maestro se levantó, preparó el té, colocó dos jarros sobre la mesa y puso el pan sobre una servilleta. Se sentó, hizo un gesto con la mano para que el joven lo acompañara, y comenzaron a comer. Cortaban el pan en pequeños trozos y lo mojaban en la leche caliente.

El discípulo observó, algo desconcertado, que el maestro no había agradecido la comida. Entonces, con cierta teatralidad para que el joven notara su omisión, agachó la cabeza unos instantes, como si rezara. Después, comenzó a comer.

Al terminar, ordenaron todo y el maestro le preguntó al joven sobre qué quería conversar. En ese instante, la puerta se abrió de golpe y entró un niño corriendo.

—¡Maestro, maestro! ¡Mirá el pescado que saqué del agua! ¡Hoy vamos a comer como reyes!

El anciano aplaudió la hazaña del niño y se ofreció a ayudarle a limpiarlo. Mientras trabajaban, le preguntó por su familia y le explicó varias formas de cocinar el pescado. Antes de que el niño se fuera, le regaló un pequeño recipiente con un condimento especial para realzar el sabor.

El joven discípulo estaba cada vez más asombrado. Ya había pasado más de medio día, y sentía que no había aprendido nada.

Desde que el niño salió de la casa, cada vez que el maestro intentaba conversar con él, alguien del pueblo los interrumpía. Iban a pedirle algo, a llevarle un pequeño regalo —una patata, una planta de lechuga— como agradecimiento por alguna ayuda recibida.

Así pasó el día. Al llegar la noche, el maestro cortó verduras, puso caldo al fuego y amasó el pan del día siguiente con esmero. Comieron y se fueron a dormir.

Los días siguientes transcurrieron de forma similar. Las horas se pasaban entre visitas, ayuda a los vecinos, labores en la pequeña huerta, alimentar a las gallinas y recolectar huevos que luego regalaban a quienes los necesitaban.

Una noche, mientras el maestro dormía profundamente, el discípulo daba vueltas en la cama. Se sentía frustrado por no aprender nada, confundido, cansado. No sabía si debía marcharse o quedarse.

Finalmente, ya casi al amanecer, decidió intentarlo un día más.

A la mañana siguiente, el maestro repitió su rutina: se levantó, se desperezó, encendió el fuego, calentó el agua, puso el pan a cocinar y se sentó en su banco, frente a la ventana. Así lo encontró el joven al despertar. Todo indicaba que sería otro día igual.

Con el enojo acumulado, sumado a la mala noche, estalló:

—¡Yo vine a buscar sabiduría! A entender las cosas de la vida, a aprender a vivir mejor… y me encuentro con alguien que lleva una vida común, diría que vulgar, ¡que ni siquiera se toma un momento para reflexionar y agradecer al Creador por lo que tiene!

El maestro lo miró con una expresión triste. Era una mirada que el joven nunca antes había visto en él. Y entonces, el anciano le habló:

—Cuando contemplo la mañana por la ventana, veo las flores, respiro su perfume. Así, con mis ojos y mi olfato, disfruto lo que fue hecho para nosotros. El agua, el campo y el gallinero nos dan la comida de cada día. Al admirarlos, no puedo hacer otra cosa más que agradecer por la vida.

—Los perros descansando me recuerdan que pasaron la noche entera en vela, cuidándonos mientras dormíamos. Y eso me lleva a pensar en quienes, sin descanso y en silencio, tienen sus ojos puestos en nosotros, nos cuidan y nos acompañan. Eso me llena de alegría y paz.

—No necesito más, porque sé que no estoy solo. Cada persona que golpea mi puerta me hace sentir útil, necesario, querido. Cada pequeño regalo que recibo de la gente humilde del pueblo me recuerda que no soy el único que puede dar; ellos también me enseñan a recibir.

Pero el joven, aún enojado, apenas escuchó. Agradeció por cortesía la hospitalidad y regresó a su pueblo, olvidando durante mucho tiempo las palabras del maestro.

Pasó el tiempo. En su tierra conoció a una joven de quien se enamoró. Se casaron y formaron una familia.

Un día, al volver del trabajo en el campo, vio a lo lejos a sus hijos jugando. Se acercó en silencio y, desde detrás de un árbol, se quedó observándolos con una sonrisa tranquila.

Su esposa lo descubrió y le preguntó:

—¿Qué hacés ahí, espiándolos?

Él respondió:

—Estoy contemplando la maravilla más grande que nos han regalado. Escucho sus gritos y risas, y mientras los oigo, doy gracias. Doy gracias por el trabajo que me permite traerles cada día un pedazo de pan. Y también porque, si yo —que soy tan débil— cuido de ellos y me preocupo… ¿cuánto más Dios, con su poder y su amor infinito?

Ese día, el hombre recordó las palabras de su maestro.

Y por fin, entendió.

Tags: El maestro

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