
Luis Y. Ríos‑Silva, PhD (c)
Catedrático Universitario – Universidad del Sagrado Corazón
En una isla que envejece a paso acelerado, hay un grupo de adultos mayores que carga con una responsabilidad doble, cuidar de sí mismos y criar, una vez más, a las nuevas generaciones. Son los abuelos —y también bisabuelos— que han tenido que asumir el rol de padre o madre sustituto, en momentos donde la vida les pedía descanso, no desvelo.
Esta realidad afecta a miles en Puerto Rico. Según el Censo de los Estados Unidos (2022), más de 55,000 menores viven con sus abuelos como principales cuidadores. ¿La razón? Padres ausentes por emigración, adicciones, encarcelamiento, enfermedades mentales o simplemente por abandono. Los abuelos se convierten en el último refugio, el hogar que nunca cierra la puerta.
Pero ese acto de amor no viene sin costo. Muchos adultos mayores enfrentan este nuevo ciclo sin los recursos ni la energía que tuvieron décadas atrás. La pensión apenas alcanza, el cuerpo ya no responde igual, y los trámites legales —como la patria potestad— se vuelven laberintos frustrantes. ¿Cómo inscribo al niño en la escuela si no soy su tutor legal? ¿Cómo pido ayuda si no hay un papel que diga que soy quien cría?
A esto se suma el peso emocional. Muchos abuelos no tienen tiempo para sí. No pueden enfermarse, no pueden viajar, no pueden descansar. Y aunque sienten amor profundo por sus nietos, también sienten miedo, tristeza y culpa. No por criar, sino por no saber cuánto tiempo más podrán hacerlo. Como bien señalaba un estudio publicado en la Revista Caribeña de Psicología (Zepeda et al., 2020), muchos de estos cuidadores sufren en silencio porque ante la sociedad se espera que aguanten, que no se quejen, que den gracias por tener compañía.
Y sin embargo, lo que hacen es heroico. Sin reconocimiento, sin apoyo real del Estado, están sosteniendo a una generación entera. Muchos lo hacen sin saber si mañana podrán costear el uniforme escolar, sin tener acceso a servicios psicológicos, y en muchos casos, lidiando con el trauma que el menor carga.
Hoy, más que nunca, necesitamos visibilizar esta situación. Las políticas públicas no pueden seguir ignorando esta realidad. Hace falta apoyo legal, económico y emocional para estas familias multigeneracionales. Pero también hace falta algo más sencillo: respeto, solidaridad y escucha.
En tiempos donde tanto se habla de futuro, vale recordar que hay abuelos criando ese futuro con las fuerzas que les quedan. Que no los dejemos solos. Que como país aprendamos a cuidarlos, como ellos cuidan, una vez más, a los más vulnerables.