Es sinónimo de fiesta, brillo y color. La purpurina —también conocida como escarcha, glitter o brillantina— es un elemento común en cosméticos, decoraciones y materiales escolares.
Por: Juan Diego Rodriguez-Blanco
Ussher Associate Professor in Nanomineralogy, Trinity College Dublin
Por: Kristina Petra Zubovic
Researcher at the Department of Geology, Trinity College Dublin
La purpurina suele ser llamativa y colorida; se utiliza mucho en decoraciones, maquillaje y trabajos artísticos. Sin embargo, aunque parezca inofensiva e incluso hermosa, su brillo esconde un lado más oscuro. Esas pequeñas partículas brillantes terminan muchas veces lejos de las fiestas y de las tarjetas de felicitación. De hecho, no es extraño que las encontremos en playas, arrastradas por las mareas.
Este microplástico se fabrica empleando un polímero de plástico común llamado tereftalato de polietileno, generalmente conocido como PET, por sus siglas en inglés. En una investigación publicada en la revista Environmental Sciences Europe, hemos descubierto que la purpurina no solo contamina el océano, sino que también puede interferir en la formación de las conchas y los esqueletos de muchos organismos marinos. Este problema es mucho más serio de lo que aparenta a primera vista.
Expresado en pocas palabras: la purpurina favorece la formación de minerales que la naturaleza no tenía previsto cristalizar. Además, durante su cristalización, estos minerales terminan fragmentando la purpurina en partículas aún más pequeñas, lo que agrava el problema de la contaminación por microplásticos.
La purpurina favorece la formación de minerales
Cuando hablamos de microplásticos, solemos pensar en los exfoliantes faciales que contienen microperlas, o en las fibras procedentes de nuestra ropa, pero la purpurina pertenece a una categoría especial. Este tipo de material se encuentra en productos empleados para manualidades, cosméticos, decoraciones festivas y ropa. Cada partícula de purpurina consiste en una serie de láminas plásticas muy delgadas con recubrimientos metálicos. Debido a su composición y estructura, no es biodegradable y los animales marinos suelen ingerirla fácilmente al confundirla con alimento.
Nuestro estudio muestra lo que realmente diferencia a la purpurina de otros microplásticos cuando esta acaba en los océanos: no se limita a flotar de manera pasiva en el agua, sino que interactúa activamente con su entorno.
En nuestro laboratorio, simulamos las condiciones del agua marina y añadimos purpurina para ver si esta influía en la forma en que cristalizan los minerales, especialmente aquellos que los organismos marinos utilizan para construir sus conchas y esqueletos.
Lo que observamos fue sorprendente: la purpurina favorece activamente la formación de la calcita, el aragonito y otros tipos de carbonatos de calcio. Estos minerales son los componentes básicos que muchas criaturas marinas –como los corales, erizos de mar y moluscos– utilizan para formar sus estructuras duras, en un proceso conocido como “biomineralización”. El hecho de que la purpurina tenga la capacidad de alterar ese proceso puede suponer una amenaza seria para la vida en los océanos.
Una máquina de hacer cristales
Empleando microscopía de alta resolución, vimos que las partículas de purpurina actúan como pequeñas plataformas que favorecen el crecimiento de cristales. Los minerales se forman por toda su superficie, especialmente alrededor de las grietas y bordes. No se trata de un proceso lento: los cristales se pueden formar en cuestión de minutos.
Este fenómeno puede afectar seriamente los procesos naturales, dado que las criaturas marinas necesitan condiciones muy precisas para formar conchas, caparazones y esqueletos con la forma y la resistencia adecuadas. Si un microplástico como la purpurina interviene y altera las reglas del juego –acelerando el crecimiento de cristales o modificando su estructura– puede interferir seriamente en estos procesos naturales. Es como preparar pan y que, de repente, la temperatura del horno suba a 1 000 °C: puede que aún obtengas pan, pero no será precisamente el que querías preparar.
A medida que los cristales crecen, ejercen presión sobre las capas de purpurina, provocando que se agrieten y se rompan. Esto complica aún más las cosas, debido a que la purpurina termina fragmentándose en trozos aún más pequeños, conocidos como “nanoplásticos”, más fácilmente absorbidos por organismos marinos y prácticamente imposibles de eliminar.
Los microplásticos que comemos
Muchos seres vivos marinos –desde peces y tortugas hasta ostras y plancton– ingieren microplásticos. Esto afecta a la forma en que estos animales se alimentan, crecen y sobreviven. De hecho, cuando consumimos productos procedentes del mar, estos microplásticos pasan a formar parte de nuestra propia dieta.
Nuestros hallazgos muestran que la purpurina no solo se ingiere, sino que también cambia la química del océano a una escala pequeña, pero muy significativa. Al favorecer el crecimiento mineral, la purpurina podría afectar la dinámica en la que los animales marinos forman sus conchas o esqueletos.
El problema no se limita únicamente a la fauna marina. El océano desempeña un papel clave en la regulación del clima de la Tierra, y la creación de minerales forma parte de ese equilibrio. Si los procesos de formación del carbonato de calcio en el océano se alteran, esto también podría afectar el ciclo del carbono en nuestro planeta.
Así que la próxima vez que vea purpurina en una tarjeta de cumpleaños o en productos cosméticos, recuerde que puede parecer un elemento decorativo inofensivo, pero en el océano se comporta más bien como un agente químico nocivo. Lo que para nosotros es algo pequeño y brillante, podría convertirse en una amenaza silenciosa para el mundo marino.