Un grupo de investigaci en España descubrió que, en ciertas condiciones, los chicharrones no solo no afectan negativamente al corazón… ¡sino que podrían ayudar! Claro, con matices. Aquí le contamos lo que debe saber.
Durante mucho tiempo, los chicharrones —ese tocino frito crujiente que alegra almuerzos, desayunos y hasta meriendas— han sido señalados como enemigos de la salud del corazón, sobre todo por su alto contenido en grasas y sal. Pero, como bien dicen, “todo depende del cristal con que se mire”… o en este caso, del aceite con que se frían.
Un reciente estudio publicado en 2024 sorprendió al demostrar que el consumo moderado de chicharrones, fritos en aceite de oliva virgen extra y acompañados de una dieta rica en fibra vegetal, no solo no empeora los indicadores metabólicos, sino que incluso podría mejorar algunos parámetros de riesgo cardiovascular. ¿La muestra? Un grupo de monjas clarisas de Soria, en España.
Pero antes de que corra a buscar una libra de chicharrones con mofongo, hay que analizar los datos con cuidado
¿Qué encontraron exactamente?
El estudio se centró en 40 mujeres entre los 18 y los 90 años. Se dividieron en dos grupos, ambos consumían chicharrones, pero solo uno lo hacía dentro de una dieta alta en fibra y grasas saludables. Tras tres meses, ambos grupos mostraron mejoría en su perfil de colesterol (disminuyó el colesterol malo y aumentó el bueno), presión arterial y circunferencia de cintura. Pero los resultados fueron significativamente mejores en quienes seguían la dieta rica en fibra.
Es decir, el chicharrón no fue el enemigo… si iba acompañado de vegetales y se cocinaba en aceite de oliva.
¿Y eso aplica para todos?
No tan rápido. El mismo estudio reconoce que los resultados no se pueden generalizar. La muestra fue pequeña y muy específica (monjas con vida activa y sin enfermedades graves). Además, el consumo semanal fue de 150 gramos dos veces por semana, una cantidad superior a las recomendaciones internacionales para carnes procesadas.
La Agencia Española de Seguridad Alimentaria sugiere no más de 3 porciones semanales de carne magra (100 a 125 g), y limita el consumo de carnes procesadas como los chicharrones.
Lo bueno, lo malo y lo crocante
Los chicharrones están hechos de panceta curada y frita. Contienen entre un 35 % y 60 % de grasa, y de 15 % a 25 % de proteína. Si se fríen en aceite de oliva virgen extra, ganan un perfil más saludable por sus ácidos grasos monoinsaturados, que ayudan al corazón. Sin embargo, si se usan otros aceites o si vienen procesados y empacados, la historia cambia: suelen contener aditivos y conservantes, además de grasas menos saludables.
También se ha observado que este tipo de grasa ayuda a controlar el apetito. La grasa monoinsaturada reduce la hormona del hambre (grelina) y aumenta la sensación de saciedad. Es decir, un buen chicharrón podría llenarlo más que una galletita… pero no abuse.
¿Entonces los chicharrones son buenos?
Como diría una abuela sabia: “ni tanto que queme al santo, ni tan poco que no lo alumbre”. El estudio no redime por completo a los chicharrones, pero tampoco los condena al infierno de los alimentos prohibidos. Se pueden consumir con moderación, dentro de una dieta balanceada rica en fibra y grasas saludables, y siempre considerando el estado de salud de cada persona.
No se trata de sustituir el pollo o el pescado por chicharrones, sino de saber que —con las condiciones adecuadas— no son tan dañinos como pensábamos. Ahora bien, si usted tiene problemas de colesterol, presión alta o enfermedades del corazón, consulte primero a su médico.
Conclusión para nuestro público boricua
En Puerto Rico, los chicharrones son más que comida, son cultura, tradición y sabor. Este estudio no dice que los comamos todos los días, pero sí que, si los preparamos bien y los acompañamos con viandas, vegetales y aceite de oliva, pueden tener un espacio en nuestra mesa sin remordimientos. Eso sí, con mesura y sin olvidar lo que el cuerpo necesita según la edad y condición.
Porque al final, como con casi todo en la vida, lo importante es el balance.